- Más de 126 participantes en Tuta y Cáqueza rescataron recetas y saberes ancestrales en el Encuentro Andino de Cocinas para la Paz.
- En 2025, Cocinas para la Paz llegó a 10 departamentos y 24 territorios, con la participación de 1.570 personas, mayoritariamente mujeres.
- El programa ha beneficiado entre 2024-2025 a más de 2.000 personas en 13 departamentos, fortaleciendo soberanía alimentaria y memoria cultural en comunidades rurales.
Entre aromas de maíz, papa, sagú, envueltos y coplas carrangueras, los municipios de Tuta (Boyacá) y Cáqueza (Cundinamarca) se convirtieron en el escenario del Encuentro Andino de Cocinas para la Paz, una iniciativa que reúne a cocineras y cocineros tradicionales, campesinos, custodios de semillas, artesanas y jóvenes con un propósito común: rescatar recetas, prácticas ancestrales y fortalecer la identidad cultural como cimiento de paz y desarrollo sostenible.
El programa Cocinas para la Paz, impulsado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes en alianza con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), llegó a la región andina para reivindicar el papel de la cocina como un sistema vivo que conecta tierra, siembra, cosecha, preparación y comunidad. En total, 126 personas participaron en talleres y encuentros intergeneracionales en estos dos municipios, donde la cocina se reafirmó como espacio de diálogo, cohesión social y resistencia cultural.
Tuta: tradición que nace en la huerta
Ubicado a 30 minutos de Tunja, Tuta es tierra campesina de profundas raíces indígenas y agrícolas. Allí, 65 personas —entre ellas 50 mujeres y 15 hombres, cocineras tradicionales, artesanos, artistas y custodios de semillas— se sumaron a la primera fase del programa. El Cabildo Indígena Muisca Chibcha también participó, aportando saberes ancestrales pese a no contar con territorio reconocido.
El relevo generacional fue clave: 23 niños y niñas participaron en intercambios de saberes que culminaron en una obra de teatro y una canción sobre el maíz y los envueltos tutenses. Estas actividades reforzaron su sentido de pertenencia y el orgullo por los alimentos locales.
Las recetas priorizadas en Tuta incluyen los indios tutenses, la sopa de ruyas y el envuelto de maíz pelado, preparaciones que condensan siglos de tradición agrícola sostenible. Además, la cultura carranguera y las coplas espontáneas dieron un tono festivo al encuentro: “Qué bonito ha estado este curso de Cocinas para la Paz” coreaban las y los participantes.
“Este programa es una excelencia. Impulsar estos saberes es una oportunidad grande que el Gobierno Nacional nos brinda. Donde hay cocina ancestral al calor del hogar y de la familia, hay paz y tranquilidad”, relató Águeda Rodríguez, cocinera tradicional de Tuta, Boyacá.
Durante el encuentro, la viceministra Saia Vergara Jaime subrayó: “El Gobierno Nacional está profundamente comprometido con Cocinas para la Paz. Este programa reconoce al campesinado como sujeto de especial protección y reivindica su orgullo y el valor histórico de conservar semillas, tierra y agua. En territorios golpeados por el conflicto armado, la cocina se convierte en un espacio de comunidad y esperanza”.
Cáqueza: sabor campesino con identidad propia
En Cáqueza, suroriente de Cundinamarca, 61 personas —entre ellas cocineras tradicionales, campesinos, productores agroecológicos y funcionarios locales— participaron en talleres comunitarios. La experiencia incluyó a guardianes de semillas como Don Luis Abram Gutiérrez y a jóvenes de la Biblioteca Rural Itinerante, quienes crearon un fanzine sobre escenas cotidianas de la cocina y aprendieron a preparar la rellena y la almojábana caqueceña.
La cocina de Cáqueza combina herencia campesina e indígena con preparaciones emblemáticas como el arroz tapado, la almojábana caqueceña y la rellena con auyama. Sin embargo, enfrenta desafíos comunes: la presión de los productos ultraprocesados, la pérdida de prácticas tradicionales y la falta de políticas públicas para garantizar su sostenibilidad.
“Con amor y trabajo, pese a las adversidades, honramos a nuestros padres y abuelos que labraron la tierra sin vías. Cocinas para la Paz nos recuerda que la familia, la tierra y la gastronomía son el motor que nos une y nos fortalece”, expresó Alba Yolima Benito, alcaldesa de Cáqueza.
“Salvaguardar el patrimonio culinario es salvaguardar la paz y la dignidad de nuestros pueblos. En Cáqueza celebramos un encuentro entre generaciones, saberes y sabores que garantizan nuestro futuro”, indicó Oswaldo León, subgerente del IDECUT.
Desde la FAO, Michela Espinosa Reyes destacó el valor del proceso: “Por primera vez el derecho humano a la alimentación se incluye en una política nacional. Pasamos del discurso a la acción con proyectos como Cocinas para la Paz, que son ejemplo de cómo implementar la soberanía y el cuidado alimentario, así como la exigibilidad y salvaguardia de este derecho fundamental”.
Un programa con impacto nacional
Creado en 2022, Cocinas para la Paz hace parte de la Política de Conocimiento, Salvaguardia y Fomento de la Alimentación y Cocinas Tradicionales y del Plan Nacional de Desarrollo 2022–2026. Busca fortalecer la cocina tradicional como práctica cultural viva, eje del derecho humano a la alimentación y herramienta de reconstrucción del tejido social en territorios afectados por la violencia.
Hasta hoy, el programa ha llegado a más de 2.000 personas en los último dos años, desarrollando talleres de cultura alimentaria, agroecología, cartografía alimentaria y exigibilidad de derechos. Solo en 2025 han participado más 1.570 personas en 10 departamentos: Cundinamarca y Boyacá en la Región Andina, así como en Atlántico, Bolívar, Córdoba, La Guajira, San Andrés y Providencia, y Sucre en la Región Caribe; y los departamentos de Santander y Amazonas.
Sembrando futuro desde los fogones comunitarios
El segundo semestre de 2025 marcará un nuevo capítulo para Cocinas para la Paz. La alianza entre MinCulturas y la FAO permitirá avanzar hacia una segunda fase que busca multiplicar el impacto alcanzado hasta ahora. El énfasis estará puesto en fortalecer la transmisión de saberes, consolidar las cocinas tradicionales como espacios de aprendizaje y abrir nuevos escenarios para que más comunidades encuentren en la alimentación un camino hacia la paz y la autonomía.
En esta etapa se pondrán en marcha escuelas comunitarias e institucionales, que servirán como centros de formación y encuentro para niños, jóvenes y adultos, donde se valorarán los alimentos autóctonos y las prácticas ancestrales. También se trabajará en la revitalización de plazas de mercado como Lorica y Girardot, reconociendo su papel fundamental como nodos de soberanía alimentaria, patrimonio cultural y economías locales.
La comunicación y el mercadeo con enfoque territorial tendrán un lugar central, buscando que los productos locales sean cada vez más visibles, competitivos y valorados en los propios territorios y en las ciudades. Asimismo, se desarrollarán cursos virtuales para jóvenes y adultos que ofrecerán herramientas prácticas para que las comunidades se consoliden como agentes de cambio, promoviendo la cultura alimentaria y la defensa del derecho a la alimentación.
Como parte de esta agenda, se lanzará la serie web y pódcast “Sabor, Saber y Memoria”, que recorrerá las cocinas tradicionales de Colombia para contar historias de resistencia, identidad y paz a través de la voz de sus protagonistas. Con estos pasos, Cocinas para la Paz busca proyectarse no solo como un programa de rescate cultural, sino como una estrategia viva de desarrollo sostenible, en la que los saberes culinarios se transforman en patrimonio y motor de transformación social.
Una apuesta por el futuro
En Tuta y Cáqueza, los fogones se encendieron como símbolo de resistencia y esperanza. La cocina, más que recetas, se mostró como un instrumento de autonomía y seguridad alimentaria, uniendo biodiversidad, tradición y comunidad. Cada preparación rescata semillas nativas, protege prácticas agrícolas limpias y devuelve a las familias la certeza de que su historia y su cultura siguen vivas.
El desafío ahora es mantener y multiplicar este esfuerzo. El relevo generacional, la transmisión de saberes y la defensa de los alimentos autóctonos serán claves para que las comunidades puedan garantizar su soberanía alimentaria frente a la globalización y el avance de dietas ultraprocesadas. Volver a consumir lo propio y a valorar lo que nace en cada huerta no es solo una elección cultural: es una estrategia de salud pública y de resiliencia comunitaria.
El futuro de Cocinas para la Paz también se proyecta hacia la innovación social: plazas de mercado revitalizadas, escuelas comunitarias de cocina tradicional y productos locales con valor agregado serán parte de los próximos pasos. Así, el programa busca no solo preservar la memoria, sino también abrir oportunidades de desarrollo económico sostenible para las comunidades.
En este camino, la biodiversidad alimentaria de Colombia —una de las más ricas del mundo— se convierte en aliada para enfrentar el hambre, fortalecer la identidad y construir un país donde la paz se cocina, literalmente, desde cada territorio. Porque cada receta transmitida, cada semilla conservada y cada fogón encendido son un acto de futuro.