Rafa Guerrero, director de Darwin Psicólogos, al intervenir en el III Congreso Internacional de la Red Internacional de

Educación Emocional y Bienestar (RIEEB), que organizó la Universidad del Rosario y Colsubsidio.

  • Para Rafa Guerrero, psicólogo español experto en emociones y neuroeducación, cada vez más niños crecen en hogares donde los traumas se resuelven en soledad, carentes de un acompañamiento que les permita hablar de salud mental y que les dé reconocimiento a sus miedos, preocupaciones y dudas.

La falta de atención a la salud mental de los jóvenes deja cicatrices emocionales permanentes, ocasiona diagnósticos equivocados, reproduce prácticas de maltrato normalizadas y aumenta la prevalencia de enfermedades crónicas.

Así lo afirmó Rafa Guerrero, director de Darwin Psicólogos, centro de referencia en Madrid (España) especializado en problemas de gestión emocional, trauma, apego y TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), al señalar que la invisibilidad del dolor en la niñez, la ausencia de categorías clínicas específicas, la diferencia entre traumas simples y complejas, la imposición del silencio y la necesidad de reparar vínculos son hoy las principales problemáticas que agravan estas afecciones.

Cada vez más niños crecen en hogares donde los traumas se resuelven en soledad, carentes de un acompañamiento que les permita hablar de salud mental y que les dé reconocimiento a sus miedos, preocupaciones y dudas, agregó el experto en emociones y neuroeducación, al intervenir en el III Congreso Internacional de la Red Internacional de Educación Emocional y Bienestar (RIEEB), que organizaron la Universidad del Rosario y Colsubsidio.

A diferencia de los adultos, los jóvenes no cuentan con una categoría en manuales, como el DSM-5, la guía para el diagnóstico de los trastornos de salud mental de la Asociación Americana de Psiquiatría, que les permita recibir diagnósticos de trastornos, como el estrés postraumático, dijo Guerrero.

Para este psicólogo, la falta de reconocimiento a los trastornos de salud mental en menores se traduce en adultos que llevan consigo cicatrices invisibles y la búsqueda de adicciones o entornos digitales, por parte de los jóvenes, para suplir la falta de vínculo. “Si en vez de ser un adulto es un niño, ¿qué ocurre? Nada. Es decir, no existe un diagnóstico, una visibilización de lo que le ha pasado a un menor… Le voy a pedir a la heroína, la calma que nadie me dio… a Instagram los ‘likes’, que mi tribu no me dio”, añadió.

A nivel global se estima que más del 60 % de los adultos reportan haber vivido un evento adverso en la infancia (ACE) y aproximadamente el 17,3 % asegura haber enfrentado cuatro o cincos situaciones de este tipo, según el Haymarket Medical Network. Así mismo, el 25 % de los niños expuestos a trauma desarrollan TEPT (Trastorno de Estrés Postraumático) antes de los 18 años, según el informe Posttraumatic stress disorder in children and adolescents: Epidemiology, clinical features, assessment, and diagnosis.

Vínculos seguros para los menores

La falta de coherencia en la atención a los traumas simples y complejos es una de las principales razones de enfermedades de salud mental en jóvenes, según Guerrero. Los traumas simples son eventos específicos socialmente aceptados como traumáticos y los complejos se dan tras la acumulación de experiencias negativas, como el maltrato, la sobreprotección o la indiferencia emocional.

Indicó que este último tipo de traumas son constantemente invisibilizados, ya que la sociedad suele reaccionar a eventos extremos, desestimando lo que surge de prácticas cotidianas. Señaló que la normalización de este tipo de conductas tiene un impacto social y cultural bastante problemático, estableciendo la amenaza, el chantaje o el sometimiento como formas de crianza aceptables. Esto perpetúa prácticas formativas cuestionables y produce adultos que replican las mismas acciones con sus hijos.

“Son distintas formas de maltrato que se convierten, evidentemente, en situaciones potencialmente traumáticas… Les estamos pidiendo que hagan como si no hubiera ocurrido nada, porque la narrativa es: aquí no ha pasado nada”, afirmó el psicólogo.

Seis de cada diez niños menores de 5 años (más de 400 millones) sufren castigos físicos o violencia psicológica regular por parte de sus cuidadores, según la Organización Mundial de la Salud. Además, se estima que, hasta 1.000 millones de niños entre 2 y 17 años, han experimentado violencia física, sexual o emocional, o negligencia, durante el último año, según la misma entidad.

Guerrero explicó que tanto la causa como la reparación del trauma no se puede dar en soledad ni únicamente con diagnósticos médicos, sino que es necesario la creación de vínculos seguros que le permitan al menor sentirse reconocido y aceptado por lo que es. La ley del silencio o actuar como si no hubiera pasado nada impide la recomposición de la salud mental del menor y perpetúa el dolor.

El psicólogo resaltó que el peor agravante del trauma es la soledad, porque se produce una disociación como método de supervivencia. Recalcó que lo dramático de este tipo de situaciones es que la sociedad, al no escuchar, refuerza esa desconexión, lo que deriva en diagnósticos clínicos erróneos, como TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), TND (Trastorno Negativista Desafiante) o desregulación emocional.

“El trauma se cura en sociedad, el trauma se cura en vinculación. Uno no se autorepara el vínculo. No se aprende solo a confiar en uno mismo, no se aprende solo a tener un vínculo seguro”, comentó Guerrero, quien fue uno de los conferencistas internacionales del III Congreso de la RIEEB de la Universidad del Rosario y Colsubsidio.

El experto concluyó que la acción social se debe encaminar a crear entornos donde los niños sean reconocidos, escuchados y acompañados, evitando tanto el abandono como la sobreprotección. Asimismo, hizo un llamado de urgencia a autoridades y profesionales de la salud para que reconozcan el trauma infantil como una entidad clínica real, y fortalezcan la detección temprana y la atención emocional para los menores.

Fuente: Prensa Universidad del Rosario

 

 

 

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